4/4/08

El órgano del amor


Meredith le dijo a Toño que lo suyo había terminado. Que había conocido a otra persona y que esta vez sí se había enamorado de verdad. Le dijo que la olvidara. Le dijo que fue bonito mientras duró. Le dijo que era un mamarracho. Le dijo adiós... Y se fue.
A Toño se le rompió el corazón por varios sitios. No dijo nada. No pudo. Apenas podía respirar, y mucho menos hablar. Un enorme peso le oprimía el pecho. Las piernas le flaqueaban. Cayó al suelo, retorciéndose de dolor, con sus manos contra su pecho. Así estuvo dos días enteros. Al tercer día fue al hospital. Por urgencias.
—¿Dónde dice que le duele, buen hombre? —preguntó el médico de guardia.
—Aquí —dijo Toño señalándose el esternón y alrededores—, en el pecho.
—¿Se medica usted, amigo mío?
—No..., bueno, casi nunca, sólo cuando salgo con los amigos, doctor.
—¿Y qué tipo de medicación usa, buen hombre?
—Pues lo que haya doctor. Lo que me pasen. Yo es que no tengo hartura; sabe usted, doctor.
—Desnúdese —dijo el médico.
—¿Es necesario? —preguntó Toño un tanto avergonzado.
—No —dijo el galeno con sarcasmo—, es un capricho mío.
Toño se desnudó y le dio la espalda al médico para que éste le auscultara.
Éste le auscultó y, como no oyó nada, le ordenó que se tumbara en la camilla para hacerle un cardiograma casero.
Tras la prueba, el médico ojeaba los resultados, incrédulo.
—¿Y bien? —preguntó Toño.
El galeno miró a Toño fijamente, sin decir palabra.
—¿Qué me ocurre doctor, por qué esa mirada? ¿Me voy a morir? Y si es así, ¿cuándo y cómo?
El doctor seguía callando.
—Dígame algo doctor, por lo que más quiera.
—Verá —dijo por fin el médico—, según lo resultados del cardiograma, su corazón ha dejado de latir. Ahora quien manda en su organismo es el higado.
—¿Cómo? —preguntó Toño con desaliento.
El doctor volvió a callar.
—¿Eso es grave doctor?, ¿es leve?... ¿qué es?... dígame algo...
—No es ni grave ni leve —dijo por fin el médico.
—¿Entonces qué es?... ¿es como el asma?, ¿es crónico?
—No es grave ni leve, ni crónico tampoco —respondió el doctor en medicina.
—¿Entonces qué es? ¿un virus?
—No, tampoco es un virus.
—¿Entonces qué me pasa, doctor?
—Se le ha roto el corazón, ni más ni menos.
—¿Y tiene cura? —preguntó Toño inquisitivo.
El médico volvió a ojear el resultado del cardiograma.
—¿Desde cuando siente usted ese dolor en el pecho?
—Desde hace unos días —respondió Toño con claros síntomas de tener más de 38 de fiebre.
—¿Ha habido algún cambio reciente en su vida?
Toño miró al suelo con congoja en el alma, y apenas en un suspiro respondió afirmativamente al médico.
—¿Qué tipo de cambio? —preguntó el doctor.
—Minoiamadejao —dijo Toño un tono por debajo de los 3 decibelios.
—¿Qué? —preguntó el médico acercando el oído derecho.
Toño se aclaró la garganta un par de veces
—¡Que mi novia me ha dejado! —dijo perfilando con barniz todas y cada una de las sílabas para que se le entendiera bien.
—¡Acabáramos! —exclamó el médico.
»¿La quería usted mucho?
—Que si la quería —dijo Toño alzando la vista al techo para recordarla—. Ella lo era todo para mí, ella era mi razón de ser.
—Pues entonces ya está, hombre de Dios, no tiene por qué preocuparse. Sólo es un mal de amores. En unos días se le pasará.
—Pero —recapituló Toño—, ¿y mi corazón?
—Su corazón volverá a latir muy pronto, no se preocupe.
El corazón de Toño tardó casi medio año en volver a latir, concretamente cuando conoció a Susan, la mujer que le devolvió la vida; pero para entonces su higado estaba tan deteriorado que ya nada se pudo hacer por él.
Descanse en paz.

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