26/2/09

Horacio Palomino, un hombre inevitable


Luchar contra lo inevitable. Ésa era la tarea que a Horacio le habían encomendado, no se sabe quienes, en la Tierra. Un trabajo nada fácil, que muy pocos pueden llevar a cabo, ninguno si nos aferramos a las estadísticas; pero que él desempeñaba con ese ímpetu que ha hecho famosos a tantos y tantos desconocidos de los que hoy nadie se acuerda.

–Lo inevitable –solía decir Horacio– no es cognoscible en sí mismo, ni se tiene conocimiento de su conocibilidad hasta que ya es demasiado tarde. Y cuando es demasiado tarde quien más y quien menos tiene que volver a casa.

Nadie apreciaba su trabajo, e incluso sus amigos íntimos, liderados por el capitán del equipo local de hockey sobre alquitrán, decían que era inútil, tanto su trabajo como él mismo. Pero Horacio nunca se desanimó por estos comentarios, pues según él eran inevitables, y precisamente contra eso era contra lo que él luchaba.

Horacio iba y venía de un sitio a otro lo más rápido que podía con la intención de evitar lo inevitable, pero siempre llegaba tarde. Y cuando llegaba siempre oía lo mismo de los que allí se encontraban: “Era inevitable que ésto pasara”, “nadie hubiera podido evitarlo”, “¿qué le vamos a hacer?”, “ya está el capullo este otra vez aquí”, etc...

Y así una y otra vez, un día tras otro, semana sí, semana también; hasta que un buen día a Horacio se le hincharon los huevos.

Su médico de cabecera creyó que sería una simple inflamación, pero tras realizarle unas pruebas psicotécnicas con fichas de colores en el hospital del condado, descubrieron que tenía una infección mortal en los testículos.

Le notificaron que le quedaban 15 días de vida como máximo, siempre y cuando no abusara de la sal en las comidas, pues era inevitable que aquella infección, ya muy avanzada, acabara con él.

Horacio se enfrentaba al mayor reto de su vida. Si conseguía superar la enfermedad demostraría a todo el mundo que su misión en la Tierra no era vana, y que lo inevitable no tiene porqué serlo, si se puede evitar.

Y se preparó para luchar contra su destino con las únicas armas de que disponía, la vehemencia y un tirachinas de largo alcance.

A las cinco de la mañana se levantaba para hacer ejercicio. Seguía una dieta estricta a base de extracto de nabos. Se sometía a todo tipo de tratamientos y tomaba los medicamentes a deshoras.

Los médicos estaban asombrados con Horacio, y hasta llegaron a pensar que con esas ganas de vivir quién sabe lo que pasaría.

A los 5 días de tratamiento su estado era magnífico, a la semana los médicos se plantearon darle el alta, a las dos semanas un pequeño problemilla hizo necesario su traslado a la UVI; y al día siguiente murió.

Inevitable o no, su muerte no restó (ni mucho menos sumó) sentido a su vida. Hoy Horacio yace en el camposanto bajo un epitafio que le recuerda de aquesta guisa:
“Horacio Palomino murió inevitablemente cuando le llegó su hora. Como todos, no te jode. R.I.P.”

3 comentarios:

Basseta dijo...

¿Eres determinista? ¿Crees que nuestro destino está escrito y es "inevitable"?

Yo creo en el libre albedrío y la posibilidad real de vencer a la profecía.

[Te sigo. Eres genial]

Mr.X dijo...

El Destino viene a ser como Dios. Sólo existe para los que creen en él.

Anónimo dijo...

De donde Mr.X se inspira para escojer los nombres de tus historias que no son nada comunes?