14/12/09

Vudún del bueno


En aquella época todo era niebla, neblina, pequeños chubascos, rumores y habladurías. No estaba seguro de nada. Tan solo de ella. Ella era la única seguridad que yo tenía. Nada podía pasarme mientras estuviera con ella; porque ella era como una especie de amuleto de la suerte. Mi única religión. Mi salvavidas particular. La roca a la que siempre estaría anclado, como una lapa. Como una lapa me pegaba a su boca. Su gran boca, repleta de labios carnosos, esperando a mis labios para unirse en sagrado morreo. Y más abajo sus otros labios, más carnosos aún, esperando también a mis labios para unirse en sagrado chupeteo.

Toda ella me esperaba a mí, con su mirada clavada en mis ojos. Hipnotizándome, idiotizándome. Y yo, como un zombi, acudiendo a su llamada. Así de sencillo era todo entre nosotros. Ella mandaba y yo obedecía..., y siempre con ganas.

Ella se convirtió en mi dueña, y yo en su esclavo. Pero llegó un momento en que aquello ya empezaba a no tener gracia. Era vejatorio, incluso para mí, que soy el más vejado de todos los de mi quinta. Me convertí en el único miembro de una secta unipersonal. Abducido hasta la médula por un ente suprasensorial: ella. Algo en mi interior luchaba por liberarse de aquel yugo, y yo decidí ayudar a ese algo.

Improvisé, con unas cañas de bambú y un taparrabos de esparto, una especie de baile chamánico para liberar mi alma de su influjo. Auténtico vudún. Pero ella estuvo mas rápida que yo, y para contrarrestar mi bailecito ya había sacrificado a un gallo y con su sangre había trazado un círculo negro. Una zona oscura adonde nada ni nadie podía penetrar sin perder una pieza dental por lo menos. Aquella magia me sobrepasaba, así que tuve que recurrir a la medicina tradicional. Me tomé un optalidón, lo que me alivió en parte el dolor de cabeza, pero seguía sin remitir mi deseo de tirarme por la ventana rociado de gasolina y con una antorcha encendida en la mano. Por suerte mi madre, que nunca aprobó mi relación con aquella sacerdotisa loca, cerró la ventana para que no pillara frío. Discutí con ella y al final acabó castigándome sin postre. Aquello me hizo comprender que estaba bajo el influjo del maligno, o de algún virus o algo que me había sentado mal en la cena. No lo sé. El caso es que bajé al sótano, busqué mi juego de machetes macedonios y, aferrando el más grande con mi mano diestra, salí a la calle a luchar por mi vida, o por lo que quedaba de mi vida, si es que aún quedaba algo. Supongo que sí, por eso luchaba por ella. Pero en la calle no había nadie, y yo no sabía contra quién luchar. Así que me fui a un bar que había cerca de mi casa, allí seguro que encontraría alguien con quién luchar, no en vano el bar se llamaba ‘Camorras’ y rara era la noche que no había hostias allí dentro. Sin embargo, estaban cerrando cuando llegué y ni me dejaron entrar. Entonces la vi a ella..., en mi mente. Me llamaba con una fuerza centrífuga increíble. Y así, dando vueltas, fui caminando sin saber adónde, atraído por esa llamada. Pese a todo y sin poder abstraerme a aquel poder maligno, yo era consciente de todo. Sabía que debía destruir fuese como fuese aquel influjo maligno.

Ella me esperaba allí, en su círculo mágico; y desde allí dirigía todos mis pensamientos. Tenía que hacerla salir de allí, pero no podía pensarlo siquiera porque entonces ella lo sabría, porque se había adueñado de mi mente. Intenté dejar la mente en blanco, como si no pensara nada. Y pensando en blanco me fui acercando hasta que la tuve delante. Estaba desnuda, con todos sus labios salivando, esperando de mi lujuria y entrega. Ahí sí que me dejé llevar, con la mente totalmente en blanco me lancé sobre ella con la intención de cabalgarla hasta hacerla perder el control. Los dos dentro de su círculo mágico. Ahora me tocaba a mí. Mientras bombeaba, iba borrando disimuladamente con la mano un trozo del círculo para que éste se abriera. Ella no se dio cuenta, o si se dio no le importó una mierda. Cuando cayó a mi lado, exhausta de placer, me dijo que ya era libre, que jamás volvería a buscarme. Por supuesto no la creí, sabía que en cuanto me fuera volvería a dominarme, así que de un empujón la saqué fuera del círculo mágico y, sin perder tiempo, lo volví a dibujar por donde lo borré. Y para que ella no pudiera entrar mandé construir un muro de bloques a su alrededor.

El albañil que lo construyó me dijo que si quería alguna puerta o ventana para salir, y yo le dije que no, que lo quería inexpugnable. Así que me quedé allí encerrado, fuera del influjo de su poder, solo, a expensas de morir de hambre y de sed. Pero porque yo quise. Fuera de su yugo maligno. Al final yo había ganado. ¡Ja, ja, ja, ja!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho el final; está muy bien. Ya era hora de que pudiéramos leer algo nuevo. Gracietes. Después de vacaciones, más, eh?

Anónimo dijo...

Muy bueno mr x