4/3/10

Quédate sólo una noche conmigo


Jelen pensaba que Anthoni había dejado de amarla. A ella, que se lo había dado todo, incluso sus ahorros.

«Quizá fuera eso». Siempre le puso las cosas muy fáciles. Nunca le hizo dudar de su amor. Siempre fue ella la que daba su brazo a torcer. Por eso tenía una luxación en el codo.

Pensaba que de su relación tan sólo quedaban restos de carburante —inflamable, al parecer—; y él siempre llevaba una caja de cerillas en el bolsillo, por si acaso.

Anthoni dormía al otro lado de la cama. Habían hecho el amor como cada viernes por la tarde.

En silencio, Jelen recorrió con lágrimas en los ojos el camino que la separaba de él.

—Te quiero —le susurró.

Anthoni, tan encantador como siempre, se enderezó en la cama con la intención de marcharse cuanto antes.

—Me voy.

—Quédate —le pidió Jelen haciendo que se tumbara de nuevo.

—¿Cómo?

—Quédate esta noche conmigo.

—Sabes que no puedo.

—¡Nunca puedes! —afirmó Jelen con mala hostia.

—Es cierto, nunca puedo, pero esta noche aún menos, porque tenemos invitados en casa para cenar.

—¿Es sólo por eso?

—Bueno, mi mujer se extrañaría mucho si no durmiera en casa.

Anthoni volvió a enderezarse en la cama.

—No, no te vayas, quédate conmigo esta noche —suplicó ella.

—Sabes que no puedo.

—Lo sé —dijo Jelen resignada—, pero me lo debes.

—¿Qué te debo qué?

—Una noche; me debes una noche.

—Quizá otro día.

—¿Y si no hubiera otro día?

—Siempre habrá otros días —argumentó Anthoni mientras se anudaba la corbata sin darle importancia al asunto.

—Tú ya no me quieres ¿verdad?

—Claro que te quiero —argumentó de nuevo Anthoni con el nudo ya casi hecho—, ¿a qué viene eso ahora?

—Si de verdad me quieres, quédate conmigo esta noche.

—Jelen, de verdad que te quiero, pero no voy a quedarme esta noche.

—Anthoni —dijo Jelen con el rimel corrido por el llanto y la expresión sobreactuada— te necesito a mi lado esta noche.

—Lo sé, pero aunque pongas cara de tragedia griega no pienso quedarme.

—Sólo esta noche, tan solo te pido eso, una noche, y ya no volveré a decírtelo nunca más.

—Si me quedara tendría que dar muchas explicaciones, y ahora mismo no me apetece para nada complicarme la vida.

—¿Eso es lo que soy para ti, una complicación?

—No, no lo eres, pero si me quedo esta noche, te aseguro que sí lo serás...

—¿Y?

—Pues que ya nada sería igual entre nosotros.

—Pero estaríamos juntos.

—¿O no?

—¿O sí?

—¿Quieres joder lo que hay entre nosotros?

—¿Y qué es lo que hay?

—Pues lo que hay es lo que hay.

—Lo que hay es una mierda.

—¿Y cómo te gustaría que fuera nuestra relación, con paseítos cogidos de la mano por el parque?

—Sabes que me encanta pasear por el parque.

—Y el cine, ¿te gusta el cine?

—Sí, sobre todo el cine negro norcamboyano.

—Bueno, pues el viernes que viene te llevo al cine.

—No quiero que me lleves al cine, sólo quiero que te quedes conmigo esta noche.

—Pero si no puedo.

—Sólo esta noche, por favor.

—¿Y si te llevo a pasear por el parque?

—Vete a la mierda.

—¿Quieres que me vaya?

—Sí, quiero que te vayas, y que no vuelvas nunca más.

—¿Y si me quedo esta noche?

—Si te quedas esta noche me harás la mujer más feliz del mundo.

—¿Y no te conformarías con ser la segunda mujer más feliz del mundo y así yo podría marcharme?

—Nunca.

—Entonces me quedaré esta noche..., pero dormiré en la habitación de invitados, que lo sepas.

3 comentarios:

Andreu Romero dijo...

Diálogos míticos. Humor fino... y cruda realidad.

Anónimo dijo...

El final, lo mejor.

Anónimo dijo...

El final, lo mejor