20/6/08

Autoamor


La quise nada más verla. La quise más que a nada. La quise como sólo se quiere una vez. La quise tanto que ahora, que sé que ama a otro, ya no me queda otra cosa que odiarla a muerte.

Siempre he oído decir que del amor al odio sólo hay un paso.Pero es mentira, yo los he contado y hay, exactamente, ciento cincuenta y siete. Esos son los pasos que ella da desde su casa para encontrarse con 'ese' otro. En su casa. En su cama.

Ciento cincuenta y siete pasos son los que doy yo para seguirla. Quizás unos pocos menos, porque yo soy de zancada más amplia; pero en fin, el caso es que la sigo y veo cómo llama a la puerta, veo cómo él le abre, veo cómo se besan, veo como cierran la puerta; y ya no veo nada más, porque la puerta es opaca. Pero lo imagino.

Imagino cómo la estruja contra su cuerpo, imagino sus manos sobando sus glúteos, sobando sus senos, sobando su sexo. La imagino a ella, arrodillada delante de él; rezando, dando gracias a Dios por tener algo que llevarse a la boca. La imagino mirando por la ventana, desnuda, lanzando tibios gritos de dolor mientras él, por detrás, se asoma a su esfínter. La imagino arriba, marcando el ritmo; y abajo, siguiendo el ritmo. La imagino tanto que acabo excitándome. Me concentro: nos amamos locamente. Ella se entrega a mí y yo a ella. Tras el éxtasis momentaneo todo vuelve a la normalidad. Ella sigue allí dentro, con 'ese' otro. Y yo vuelvo a odiarla.

1 comentario:

kari dijo...

Di con tus escritos por cuestión de azar supongo; los leí todos, este es mi favorito. Gracias por compartirlo