25/2/10

Si me quieres, dime que me amas


Carmen quería oír de Luis aquellas palabras. Aquellas dos palabras que él siempre le había negado porque decía que eran mentira. Decía que siempre eran mentira, las dijera quien las dijera. Aunque en realidad él sabía que sólo eran mentira cuando él las decía.

Así que, en vez de decirle abiertamente que la amaba, le decía que le recordaba a alguien a quien quiso una vez. Le decía que tenía la misma mirada de alguien por quien hubiera muerto. Vamos, que le decía cualquier barbaridad que se le ocurriera con tal de no decirle «te amo».

Pero eso a Carmen no le valía, ella tan sólo quería oír aquellas dos palabras de boca de su amado. Esas dos únicas palabras que siempre le había negado: «Te amo».

Porque Carmen sí le amaba hasta ese extremo, y no le costaba nada decírselo, al contrario, estaba siempre diciéndoselo: «Te amo, te amo, te amo, te amo...». Tanto se lo decía que Luis, a veces, tenía que abofetearla para que se callara. Y es que Carmen era un poco cansina, muy buena chica, pero cansina. Y Luis era de los que se cansaban en seguida. Y Carmen le cansaba muchísimo con todos aquellos «te amo» seguidos. Y sobre todo después de hacer el amor. Cuando sus necesidades sexuales ya habían sido cubiertas, Luis echaba mano de cualquier excusa –e incluso a veces sin excusa alguna– para marcharse del lado de Carmen. Sin ni siquiera mirarla. Sin darse la vuelta. Y por supuesto, sin decirle «te amo».

Pero ella soportaba todo eso con la esperanza de que algún día cambiara, porque tan solo quería oír, de labios de Luis, aquellas dos palabras: «Te amo».

Carmen sabía perfectamente que en boca de Luis aquellas palabras eran mentira, pero le daba igual; tan solo quería oírlas. Y conseguirlo se había convertido para ella en el leivmotiv de su vida.

«¿Me amas?», solía preguntarle a deshoras con la esperanza de pillarlo desprevenido, pero él siempre estaba al quite, y sólo conseguía sacarle algún que otro exabrupto del tipo «¡anda ya, y veste a ...!» o algo por el estilo.

Y el tiempo fue pasando, uno por uno, por todos los pueblos de la comarca, y Carmen, ya canosa y encorvada por la edad, seguía esperando, de boca de Luis, aquellas dos simples palabras: «Te amo».

Y esperó y esperó. Hasta que un día de marzo, después de una merienda ligera a base de pan de centeno y carne de membrillo, Luis miró a Carmen fijamente a los ojos —«por fin, pensó ella»—, se puso la dentadura postiza, la cogió tiernamente de las manos y le dijo: «Te quiero».

2 comentarios:

Basseta dijo...

Es como "El amor en los tiempos del cólera", pero resumido.

Anónimo dijo...

Pero qué historia más tierna. Hasta se me han saltado las lágrimas!!!! Muy conmovedora. Cuesta creer que la hayas escrito tú.