11/3/10

Sallier el seductor


20:30 h. PM (tras almorzar por la tarde). Jefatura central de la Policía Metropolitana de Calasparra, subsección de homicidios.

—Buenos días, venía a entregarme.

—Me alegro, pero esto es una comisaría, el gimnasio está en el edificio de al lado.

—¿Perdón?

—Que si quiere entrenarse, mejor en el gimnasio.

—¿Es usted el teniente Sallier?

—El mismo, ¿no me diga que necesita un entrenador personal?

—Oiga, yo no quiero entrenarme para nada, yo lo que quiero es entregarme.

—¿Quiere usted entregarse a mí?, ¿así, sin más?...

»¿Tan atractivo le parezco?

—Bueno, no está mal, para ser un ‘poli’ viejo y borracho.

—Oiga, señora mía, lo de borracho se lo consiento, pero lo de viejo; bueno, lo de viejo también, pero lo otro no.

—¿Qué otro, lo de ‘poli’?

—No, lo de ‘poli’ también se lo consiento, lo que no le consiento es que me llame drogadicto.

—Pero si yo no le he llamado drogadicto.

—Ah no, pues sepa que también lo soy.

—¿Puedo sentarme?

—¿Puede?

—Puedo.

Sallier se da cuenta de que sí puede y le ofrece una silla.

—Siéntese, haga el favor y cuénteme...

—Acabo de matar a mi marido.

—¿Qué me dice?

—Al final no he podido aguantar más y le he acuchillado.

—¿Ha sido en defensa propia?

—Creo que sí.

—¿Cree? ¿Acaso su marido no intentaba matarla a usted?

—Sí, eso sí.

—¿La atacó con algún arma?

—No, él lo que quería era matarme de aburrimiento.

—¿Cómo dice?

—Lo que oye, nunca me sacaba por ahí, ni íbamos al cine, ni a cenar, ni a bailar, ni nada de nada. Sólo quería sentarse en el sofá, beber cerveza y ver la tele, como si fuera imbécil; que lo era.

—¿Y en la cama?

—¿Se refiere usted al sexo?

—Sí señora.

—¡Ni me tocaba! ¿Se lo puede usted creer?

Sallier le echó un vistazo de arriba a abajo...

—La verdad es que no puedo creermelo.

—Pues así era, y si se me ocurría insinuarme con ropa interior erótica o sin ropa interior, que también es cosa erótica, ¿sabe lo que hacía?

—¿La cubría como un demente?

—Efectivamente, me cubría, pero con una manta para que le dejara dormir en paz.

—Entonces está claro que ese hombre merecía la muerte, como mínimo.

—¿Cree usted que me encerrarán por esto?

—Me temo que sí. Pues aunque hizo usted muy bien, la ley no está de su parte.

—¿Qué puedo hacer? Yo no estoy hecha para pudrirme en la cárcel.

—Ni usted ni nadie, se lo aseguro.

—Necesito su ayuda, teniente..., le necesito.

Sallier miró a su alrededor para comprobar que nadie estaba al tanto de su charla...

—¿Y puedo saber dónde yace ahora su marido?

—Yace en el suelo de la cocina con un cuchillo clavado en el pecho.

—Mire, haremos una cosa, yo la ayudaré con las pruebas y con el escenario para que parezca que ha sido en defensa propia y a cambio usted sale conmigo, ¿qué le parece?

—No sé, me pone usted entre la espada y la pared.

—Sepa usted que la amo desde que entró por esa puerta giratoria.

—No sé si estará a la altura...

—Decídase rápido que tengo otros criminales esperando en el mostrador.

—De acuerdo Sallier, saldré con usted; pero se lo advierto, al menor signo de aburrimiento... es usted hombre muerto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De esos maridos, yo creo que hay unos cuantos.