Feliz. Así se sentía Eduardo: feliz. Feliz como nunca antes se había sentido. Feliz como quizá nunca se haya sentido nadie en toda la vida. Se sentía tan feliz que parecía supuraba felicidad por todos sus poros. Todo lo que le rodeaba era felicidad, y él deambulaba por entre toda aquella felicidad con la agilidad que sólo una persona feliz puede desplegar. Realmente se sentía feliz.
Eduardo quiso saber por qué aquella felicidad. Se estrujó los sesos, pero no encontró ni un solo motivo para sentirse así de feliz. Así que se deprimió por no tener motivos para estar feliz. De pronto se echó a llorar. La tristeza le invadió desde dentro hasta aparecer en su rostro. La congoja le aprisionó el corazón de tal manera que hasta le dolía cada palpitación. Presa de una gran melancolía se asomó al balcón. Miró al vacío. Nada tenía sentido. Nada.
Eduardo era así de gilipollas.
3 comentarios:
Pero al menos se sentía feliz, no? Eso es lo que importa
No se si me convence del todo la moraleja: "Para ser feliz no hay que estrujarse los sesos".
...pues un poco si, ahora que lo dices.
A mi me pasa eso cada vez que me levanto y ni de coña se me ocurre cuestionármelo. Ya es bastante preguntarme por qué cuando estoy triste y no tener respuesta.
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