30/12/11

Un Papá Noel albano-kosovar


Estif asió con fuerza el bate de beisbol que guardaba bajo la almohada, junto a su Jet Extender. Había oído algo en el comedor. Se levantó sin hacer ruido para no despertar a su mujer, Peggy, de la que, a pesar de los años que llevaban casados, aún no se había enamorado.
Sin encender la luz, enfiló el pasillo camino del comedor con el bate en alto. A mitad del pasillo se asomó con cautela a la habitación de Mamerto y Adela, sus dos hijos, de cinco y siete años respectivamente. Comprobó que dormían plácidamente, con sus caritas de ángel recostadas sobre la almohada. «Con lo cabrones que son cuando están despiertos», pensó. La visión de los pequeños vástagos durmiendo a pierna suelta le reconfortó en lo más hondo de su alma. A punto estuvo de volver a su cuarto cuando de nuevo oyó algo extraño en el comedor. Apretó de nuevo el bate y siguió sigilosamente pasillo adelante. Al llegar a la puerta del comedor se apostó tras ella y pegó la oreja para ver si oía algo. Nada... nada.... ¡Espera! Ahora oía algo. Como si alguien rascara la pared. Abrió la puerta con sigilo (despacico). El ruido parece que venía del interior de la chimenea. «¿Serían ladrones albano-kosovares de ésos que habían dicho en las noticias?». Un escalofrío recorrió su espalda. «No, seguro que es un mapache», se dijo a sí mismo para tranquilizarse. No encendió la luz, se escondió detrás de la puerta y esperó. Los ruidos fueron in crescendo, hasta que algo cayó de la chimenea con un ruido sordo. Estif, sin pensarlo tres veces, salió de su escondite de un salto y empezó a dar golpes de bate contra el bulto que había en el suelo...
—¡Ay, ay, ay...! —exclamó el bulto.
—¡Coño, un mapache que habla! —dijo Estif.
—¡Qué mapache ni que hostias, Soy Papá Noel!
—¡Papá Noel...! ¡Y una mierda! —dijo Estif volviendo a descargar un nuevo golpe contra el intruso. Demasiado fuerte, quizá.
Esta vez no hubo réplica.
«Hostias, a ver si lo he matado», pensó Estif.
De repente se encendió la luz. Estif volvió la vista instintivamente hacia la puerta. Allí estaban Peggy, su mujer, y sus dos hijos, Mamerto y Adela. Los tres con la boca abierta y los ojos como platos.
—¿Qué pasa Estif? —preguntó su mujer.
—¡Papá ha matado a Papá Noel! —dijo Mamerto.
—¡No, no, que va!, este tío no es Papá Noel, es un ladrón disfrazado —dijo Estif justificándose—. Además no está muerto..., tan solo duerme.
—Sí que es Papá Noel —dijo Adela—, porque hoy es Nochebuena, y Papá Noel siempre viene en Nochebuena.
—Sí bueno, eso es verdad, pero te aseguro que éste no es Papá Noel.
—¡¿Quién dice que yo no soy Papá Noel?! —dijo entonces el hombre que cayó por la chimenea y que parecía Papá Noel, mientras se rascaba el chichón que le había salido en la cabeza.
—¡Eh! —gritó Estif apuntándole con su bate—. No se mueva o llamo a la policía.
—Sí, sí, llame a la policía, ya veremos qué dicen cuando sepan que en esta casa han atacado a Papá Noel.
—Usted no es Papá Noel.
—Ah, no, ¿y quién soy entonces?
—Un ladrón... —dijo presa de los nervios Estif—, eso es usted, un ladrón.
—¿Un ladrón? —dijo con mofa el que decía que era Papá Noel.
—Sí, y seguro que de una peligrosa banda de albano-kosovares, que lo ha dicho Matías Praks en la tele.
—Cree usted que un ladrón llevaría consigo un saco como éste —dijo señalando un saco que había a su lado— cargado de juguetes.
Estif no sabía qué decir...
—¡Sí que es Papá Noel! —gritaron los dos niños al tiempo que salían corriendo y se echaban en brazos de aquel tipo (que al parecer sí que era Papá Noel).
—¡¿Qué nos has traído Papá Noel?! —le preguntaron los niños al que, dadas las pruebas, llamaremos ya formalmente Papá Noel.
—Veamos —dijo Papá Noel rebuscando en su saco.
Los dos niños estaban al borde de un ataque de hipertensión...
—¿Os habéis portado bien este año? —preguntó Papá Noel.
—Sí..., bueno..., sí..., bien..., bastante bien... —dijeron los niños.
—Pues —dijo Papá Noel—, según mis informes no os habéis portado nada bien, ni con vuestros padres, ni con vuestros profesores, ni con vuestros amigos; así que para vosotros sólo tengo esto: carbón.
Papá Noel puso ante los ojos de los pequeños dos grandes trozos de carbón.
—¿Y la Play...? —preguntó Mamerto.
—Para vosotros sólo hay carbón.
—¡Pero yo quiero una Play, tío gordo! —gritó Mamerto mientras saltaba sobre Papá Noel para quitarle el saco.
Papá Noel cayó al suelo, por lo improvisto del ataque, donde se produjo un tira y afloja parecido a una reyerta.
Mientras, entre el desconcierto de la pelea, Adela le cogió prestado el bate de beisbol a su padre y, sin mediar palabra, se acercó por detrás a Papá Noel y le atizó con todas sus fuerzas en la cabeza.
Papá Noel volvió a quedar ko, lo que aprovechó Adela para seguir pegándole batazos en la cabeza ante el asombro de su padre que, impertérrito, veía cómo Papá Noel se quedaba sin su pared craneal.
Mamerto, mientras tanto, había vaciado el saco de Papá Noel: dentro sólo había carbón y algunas joyas robadas; ni Plays, ni nada parecido.
—Maldito impostor —dijo el niño—. Este tío no es Papá Noel.
—Ya os dije yo que era un ladrón albano-kosovar de ésos.
—Bueno —dijo Peggy dando unas palmadas de atención—, ya nos desharemos del cadáver mañana, ahora todos a la cama, a ver si por fin se puede dormir en esta casa de locos.

1 comentario:

Estelita dijo...

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Estela garay
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