11/1/08

Volviendo a las andadas


Eloy no quería volver a las andadas (se lo había prometido a su mujer), pero tenía el coche estropeado, la parada del autobús estaba lejos y no tenía dinero para un taxi; así que volvió a las andadas.
Tras un par de fechorías sin importancia -para él-, fue detenido por la guardia civil de tráfico; ingresando en prisión esa misma noche para un período no inferior a varios años. Ni siquiera tuvo tiempo de llamar a Lourdes, su esposa, para decirle que no iría a cenar.
Lourdes, su esposa, se quedó esperándole para cenar.
Cinco años enteros, con sus respectivas cinco noches, Eloy vivió en una horrible pesadilla, torturándose ora con alicates ora con tenacillas; culpándose por no haber avisado a su mujer.
El día en que recuperaba su libertad, ella fue a esperarle a las puertas de la prisión.
Habían pasado cinco años desde que Eloy se marchó (sin avisarla), para ingresar en el penal para mayores de 25 años de la vecina localidad de Oslo de los Infantes.
Quieta, como una estatua de bronce modelada a mano, Lourdes esperaba el momento del reencuentro. La tarde se echaba sobre ella con las primeras ráfagas de viento del norte. De pronto echó de menos una rebeca de punto cruz que tenía para estas ocasiones.
Las golondrinas revoloteaban sobre su cabeza recordándole a gritos que no sabía volar, como burlándose de su torpeza. Lourdes no hizo caso a las pequeñas avechuchas, porque un montón de nervios la atenazó desde que le vio aparecer a lo lejos, al otro lado de la verja. Sí, era él; aunque aún estaba muy lejos, ella le reconoció enseguida por su manera de andar, arrastrando los pies como si llevara enganchada a ellos una bola de hierro de 200 ó 300 kilos, que al parecer esta vez sí que llevaba.
Allí estaba ella, con los ganglios a flor de piel, apretujando contra su pecho una fiambrera esmaltada, regalo de bodas de su tía Ángela. Él se iba acercando cada vez más al portón; de frente a ella, tragando saliva a cada paso que daba, litros y litros de saliva. Se notaba a la legua que era un hombre de carácter fuerte; aunque visto más de cerca era inseguro, indeciso de sí mismo; de los que se vienen abajo ante el más mínimo contratiempo.
Los guardias de la puerta le quitaron la bola y Eloy salió corriendo (por la inercia) hasta dar de narices contra la verja que separaba a los que estaban dentro de los que estaban fuera. Afortunadamente no se lastimó, pero por si acaso uno de los guardias le dio un golpe en la cabeza con la culata de su arma; después le abrió la verja y se despidió de él con un abrazo.
Eloy se acercó a su mujer con lágrimas en los ojos (del golpe que le habían dado antes). Ella forzó una sonrisa de bienvenida, que él correspondió mascullando nosequé sobre la guardia civil de tráfico.
–Toma –dijo ella dándole la fiambrera a su marido.
–¿Qué es esto? –preguntó Eloy extrañado.
–Tu cena –contestó Lourdes–. Y otra vez que no vayas a venir a cenar, avísame con tiempo.

1 comentario:

Elocuente dijo...

Qué bueno! jajajaja. La cena no estará sólo fría, estará petrificada.