8/5/10

Secuestro


—Ahora que te tengo conmigo no dejaré que te marches.

—Esto se llama secuestro, por si no lo sabes, y es un delito.

—No me lo creo... Además, no hay pruebas.

—Como que no hay pruebas, ¿y yo qué?

—Tú, ¿tú qué?

—Pues que yo soy la principal prueba del secuestro.

—No te preocupes, pronto dejarás de ser una prueba.

—¿Qué pretendes?, ¿deshacerte de mí?

—Y a ti que te importa.

—¿Cómo que qué me importa? Estamos hablando de mí por si no te habías dado cuenta.

—Te crees muy importante, ¿verdad? Eres de esas que se cree que siempre están hablando de ellas.

—¿Y de quién estás hablando si no?

—De ti no, desde luego.

—Pero si estamos tú y yo solos.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Para ti nada, por lo que veo.

—Pues eso, así que te callas.

—¿Y si no me da la gana?

—Pues entonces tendré que darte unos azotes en el culo.

—¿No te atreverás?

—¡Que no..., me cague en l’out!

—Si das un paso más hacia mí, grito.

—Puedes gritar todo lo que quieres, nadie te va a oír.

—Pues en ese caso no gritaré, pero no me dés muy fuerte que me salen marcas, ¿vale?

—Vale.

Un par de azotes más tarde.

—Puedo llamar a casa.

—¿Para qué?

—Para decir que me han secuestrado y que no iré a cenar.

—No seas tan melodramática..., claro que llegarás a tiempo de cenar.

—Es que en casa cenamos muy temprano.

—¿A qué hora?

—A las seis y media.

—¿A las seis y media? Pero hombre, si esa es la hora de la merienda casi.

—Ya, pero es que en casa hacemos una especie de merienda-cena.

—Bueno pues en ese caso será mejor que llames, porque seguro que a esa hora no llegas.

Después de llamar a casa y decirle a su madre que no iría a cenar porque estaba secuestrada y que no se preocupara, Jenifer le tendió el móvil a Tomi.

—Y dime —dijo Jenifer—, ¿a qué hora crees que acabará esto?, más o menos.

—No sé, yo calculo que en un par de horas estará todo solventado.

—Bueno. ¿Y qué hacemos?

—Nada..., esperar.

—Pero yo me aburro.

—Pues si te aburres te jodes.

—¿Tú no te aburres?

—Si me aburro, me jodo y ya está.

—Tú te jodes, yo me jodo... Estamos todos jodidos.

—Preferirías estar jodiendo en vez de estar jodida.

—Bueno, ya que sacas el tema.

—Lo siento, pero no puedo.

—¿Porqué?

—Pues porque no sería profesional.

—Pero hombre si es para matar el tiempo.

—Ya, pero no estaría bien visto. Se supone que esto es un secuestro serio, y no se debe intimar con el secuestrado.

—¡Cómo que no! ¿No has oído hablar del síndrome de Estocolmo?

—Claro que he oído hablar del síndrome de Estocolmo. Lo que no tengo claro es por qué se llama de Estocolmo y no por ejemplo síndrome de Jumilla.

—Pues porque Jumilla suena más... como a vino, sin embargo Estocolmo suena así, como más... más serio.

—Pues a mí Estocolmo me suena a frío.

—Será por la latitud.

—No, yo creo que es por el frío en sí mismo.

—El frío en sí mismo no existe, sólo su apreciación en nosotros lo hace real.

—¿Eh?

—Nada, olvídalo. Por cierto, ¿has pedido ya el rescate?

—¿Qué rescate?

—Pues el rescate por soltarme, supongo que todo esto es por pasta, ¿no?

—Por supuesto.

—Y cuánto has pedido por dejarme libre.

—Aún nada

—¿Y a qué esperas?

—Es que no sé cuánto pedir.

—Siempre por arriba.

—¿Por arriba?

—Sí, por arriba, es decir: si quieres un millón pide dos, y si quieres dos pide cuatro.

—Y si quiero dieciséis.

—Sí hombre, no eres tú nadie.

—Hombre, por pedir.

—Pues entonces pide treinta y dos.

—¿Y a quién se los pido?

—No sé, supongo que a alguien que tenga pasta.

—¿Tú conoces a alguien?

—Yo no.

—¿Tu padre?

—¡Mi padre! —se echó a reír Jenifer—, mi padre lleva en el paro más de dos años, y lo único que cobra ahora es la ayuda esa de 400 euros que da el gobierno.

—Pues entonces no sé... Yo creía que tu padre tenía pasta...

—Vaya un secuestrador que estás hecho.

—¿A qué viene eso?

—Hombre, antes de secuestrar a alguien hay que informarse de la situación económica de la familia para saber si vale la pena correr el riesgo.

—¿Y a mí qué me cuentas? La culpa es tuya por no tener una familia rica.

—Sí hombre, lo que faltaba, ahora resulta que la culpa es de la víctima.

—¿Qué víctima?

—¡Tu prima!, no te jode.

—Bueno vale, entonces ¿qué hacemos?

—No sé... Si nos damos prisa aún podemos llegar a tiempo a mi casa para cenar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo pensaba que acabarían intimando...