16/11/11

Tocado... y hundido


Ignacio izó el periscopio, echó un vistazo de 360º al local y fijó su «objetivo» en una pelirroja guapísima que se contorneaba junto a la máquina de condones. Su tensión arterial subió más de cinco puntos, lo que significaba que la batalla era inminente.
La alarma de zafarrancho de combate se activó cuando la pelirroja le devolvió la mirada. El juego, pues para Ignacio aquello era un juego, había comenzado.
Cargó los lanzatorpedos con arsenal nuclear –se bebió un par de tequilas de golpe– y se dirigió al ataque sin contemplaciones:
—¿Te apetece bailar? —Ignacio entró a saco, sin presentaciones ni tonterías, le gustaba aquella chica y no quería dejar cabos sueltos.
—¿Por qué no? Me encanta bailar —respondió Evelin (que era como se llamaba el «objetivo»), siendo consecuente consigo misma, pues realmente le encantaba bailar.
—Y follar qué, ¿qué me dices? —volvió a atacar Ignacio que, como ya he dicho antes, no quería dejar cabos sueltos, y menos éste.
—Me encanta follar —dijo Evelin también siendo consecuente—, pero no creo que contigo.
—¿Y «eso»?
—Bueno, tengo un sexto sentido para «eso», y no te veo, la verdad.
—Si me das una oportunidad, quizá te sorprenda.
—Lo siento, pero creo que no darás la talla.
—Pero…, presuponer esas cosas tiene que ser anticonstitucional o algo, seguro.
—No es un tema racial si es lo que insinuas —Ignacio tenía raíces indias por parte de su tatarabuela materna que era de la tribu de los hurones (pero eso él no lo sabía)—, es simplemente que intuyo que no estarás a la altura.
—¿A la altura de qué o de quién?, si puede saberse.
—A la altura de las circunstancias.
—Sí bueno, pero cuáles son esas circunstancias.
—Bueno, hoy es sábado, esta mañana estuve en la peluquería: me han tintado y cortado el pelo a la última moda mientras me hacían la manicura; esta tarde he pasado horas en el baño: me he depilado a conciencia, me he exfoliado, me he untado las mejores cremas hidratantes y he perfumado de aromas exóticos mis rincones más íntimos. Después he elegido, de entre mi amplio arsenal, la ropa interior más sexi y mi vestido más ceñido… Y todo eso para qué. Para que luego llegue un palurdo como tú y pretenda que me entregue a él sin más.
—Ropa interior sexi... —atinó a repetir Ignacio salivando en abundancia.
—Sexi no: ¡muy, muy sexi! Te lo aseguro.
—¿Y dices que te has depilado toda?
—Completamente toda.
—¿Toda…, toda?
—Toda entera.
A Ignacio le temblaron las piernas y a punto estuvo de perder el equilibrio.
—¿Y te has puesto crema hidratante en todo el cuerpo?
—En el 100% de mi cuerpo.
—Y la ropa interior sexi, encima de ese cuerpo recién depilado.
—Así es, y de una textura tan sutil que se diría me sienta como una caricia.
—¿Como una caricia, dices?
—Sí, como una caricia suave y constante.
Ignacio estaba sudando mientras miraba aquel cuerpo recién depilado bajo un vestido negro ceñidísimo que acentuaba unas maravillosas curvas no exentas de peligro si las tomabas a más de noventa por hora… E Ignacio iba, a estas alturas, a más de ciento cuarenta.
—¿Puedo saber, al menos, tu nombre?
—Puesto que es lo único que conseguirás de mí esta noche, te lo diré: me llamo Evelin.
Ignacio se serenó un poco y tiró del poco sentido común que le quedaba.
—Puedes pensar lo que quieras, pero te aseguro que no soy ningún palurdo; y sí, eres muy atractiva y me gustas mucho, pero sinceramente, no creo que, aparte de sexo, puedas aportarme algo más —y tras decirle esto se dio media vuelta y se despidió—. Ha sido un placer conocerte, Evelin.
—Volverás —sentenció Evelin.
—¿Cómo?
—Te digo que volverás a buscarme.
—Lo dudo mucho.
—¿Te juegas algo?
Ignacio sacó un billete del bolsillo.
—¿Cincuenta euros?
—Hecho —dijo Evelin.
—Y dime, ¿por qué estás tan segura de que volveré a buscarte? —le preguntó Ignacio antes de marcharse hacia la barra (que era donde solía ir siempre que una chica le daba calabazas).
—Porque, como te he dicho antes —dijo Evelin repasándose la cintura con las manos—, estoy toda depilada.
Ignacio sabía que acababa de perder cincuenta euros…
—¿Bailas…?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno. Cuánta tentación, eh?